domingo, 25 de marzo de 2007


Ahora estamos en Moscú. Año 1971. Nina Melikhova es una joven y brillante investigadora del Ministerio de Agricultura cuyas magníficas clases magistrales en la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba eran conocidas desde San Petersburgo a Vladisvostok. Todos los días, Nina se subía a aquel desvencijado trolebús que Yuri Katáyev conducía hábilmente desde la estación de Vadiskiskaya hasta la Universidad, en Guram siempre recogía a Nina, puntualmente a las 9:15 desde hacía dos años.

Era 8 de marzo de 1971, día Internacional de la Mujer Trabajadora y Yuri caminaba silbando tímidamente hacia a la pequeña y cara floristería de los almacenes Gum, en la Plaza Roja, en busca de una exótica planta para regalarse a Nina. Esto podría resultar ridículo y más cuando él jamás había entablado una conversación mínima, siempre un rutinario y mutuo “buenos dias” con un automático “gracias”, y sin levantar su vista Nina siempre leyendo, entraba al apático trolebús limón…

Hoy era el día, había limpiado el vehículo, se había vestido especialmente para la ocasión y parecía más alegre y nervioso. El trolebús avanzaba pesadamente por las largas y vacias avenidas, tres paradas, Frunkz, dos paradas, Alfa Lum, una parada y Guram. Hoy Nina estaba esperando el trolebús con su maestro, vecino y amigo, el octogenario Shalva Amonashvili, doctor en ciencias pisciológicas y miembro de la Academia de Ciencia de la URSS, “buenos dias”, “gracias”. Yuri fue incapaz.

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