martes, 27 de febrero de 2007


En el aturdimiento de un mes febrero, en un liliputiense local cuyo desvencijado cartel indicaba “Venta y asistencia técnica de manómetros, termómetros y barómetros” regentada insulsamente por Don Fernando Alves, en Rua de Mounzinho da Silverio, 73 abría una hora después de su horario habitual, hoy a las diez y cuarenta y cinco.

Su padre, Alvaro Alves, cien años antes le argumentaba a su recién prometida esposa, que la reparación y venta de barómetros conllevaría pingues beneficios, ya que estos artilugios, al margen de su consabida utilidad harían que su gran demanda futura provocaría masivas producciones, que incidiría en la caída de los precios y en la adquisición compulsiva por las clases populares, las más numerosas en la sociedad.

Fernando nunca tuvo ni hijos, ni nadie que le quisiera de forma establemente marital. Hoy como todos los siete de febrero, festividad de San Romualdo, impoluto y solemne se dirigía al Cementerio do Prado do Repouso para una automática oración de rutina a Don Alvaro y esposa, en la muerte más confusa que se recuerda aún por todas las calles de Porto, y que relataban los diarios de entonces en primera página “Don Alvaro, destacado empresario de nuestra ciudad y Doña Dolores, esposa, murieron terriblemente ayer miércoles por la tarde cuando el retablo de la Iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia, cayó certera y fatídicamente sobre los nombrados que se encontraban de rodillas en santa oración. Álvaro, su hijo de nueve años, permanecía en acto de confesión y resulto ileso por encontrarse lejos de tan horripilante suceso”…

Carlos García
28 de febrero

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